Yo, ya soy mayor, mayor y peco de soberbio, peco de ser de las pocas personas en el mundo que justifican su estupidez con una alusión a su edad,
pero hazme caso pequeña que se mucho de muchas cosas, tanto que preferiría no saberlas si no pudiera llevarlas tan bien, tanto que me da miedo
que de contártelas me temas y me creas por debajo de lo racional, de lo absurdamente llevadero, cuando solo soy profeta en tierras que dominan el
sentimiento.
Soy viejo porque de tan mayor me siento cansado, ya que lucho de forma obstinada y siempre repara en mi la vida real. Cansado de ver siempre las mismas palabras, las mismas personas, las mismas caras... esas caras que se repiten, y te veo y me quedo callado, perplejo, y te digo que me resultas familiar, que por eso te miraba, y me fui completamente indiferente sin entenderlo del todo. Al final acabas cayendo cerca. hablo contigo y me dices que eres pequeña, tan pequeña que yo soy mayor, tan mayor como me creo.
Solo hace falta un golpe de decencia para que caiga mi gorra azul, mi chaqueta vieja, mi guitarra hueca y mi sangre gris. Así pues no me quedara nada, y no seré, ni mayor, ni existencia, ni palabras ajenas, solo lo indefinido que repta por callejones desprovistos de alegría, donde la tarde huele a rojo y la sangre a sol.
Poco he de esperar, la decencia nos llega a todos, y la verdad- que es su mejor amiga- esta siempre presente en nuestras vidas.
Esperemos que tarde en llegar, pequeña, que en la noche presente vago contando historias a los carteles, a los gatos y sobretodo a las cucarachas, vago y pienso en todo lo abstracto que me asusta del mundo, en todo lo que no se, porque al fin y al cavo, no soy tan mayor y cada día soy menos viejo.
